miércoles, 29 de octubre de 2008

En la calle... ¿Popcorn...?

¿Qué puedo decir? Acá todo es rudimentario. Todo lo hacen conforme a la medida de las posibilidades y los presupuestos.
He visto cosas interesantes acá, pero hace poco vi una de las cosas que me parecieron más curiosas en toda mi vida: la manera como hacen palomitas de maíz en la calle cerca de mi universidad.

El olor era asombroso. Maíz reventado con unos matices de azúcar. La fragancia era dulce y recordaba a casa, mi casa. La fábrica era una mesita de madera gruesa que medía menos de dos metros de longitud, seis o siete bolsitas apretadas, llenitas de popcorn caliente y una maquinita oxidada por tanto uso. La máquina era una especie de olla, tenía color de clavo de muelle, entre rojiza y cafezusca. En la tapa en lugar de agarradera tenía una palanca que el chino sudoroso le daba vueltas y vueltas con una energía que me hacía doler el brazo. Dos minutos después abrió la tapa y la fragancia dulce a inundó el ambiente cercano. Volteó la olla y las palomitas blancas caían una tras otra en una urna de vidrio con un bombillo de tal vez unos 50 watts que las mantenía calientes y frescas.

"¿Duo shao qian?"- preguntamos curiosos por el precio.
"Lian kuai"- contestó el agitado chino.

¿Dos yuanes? ¡Son menos de 200 colones! Y por comer popcorn que recuerde a casa...

¡A la mesa! ¡¡¡Vivan Costa Rica y el gallo pinto!

Hora de comer. Ofrecen carne de res en trocitos (nunca un bistec entero) con chille verde picado en juliana, mini pescaditos negros con sus cabecitas empapadas de salsa de soya, tofu, o mejor conocido como queso de soya, una planta verde claro parecida a lechuga pero hervida, huesos de pollo fritos con algunas hebras de carne, muslos de pato asados que se ven bronceaditos como con aceite de coco en la playa y arroz en bloque como lo llamo yo: arroz cocinado con tanta agua que cuando la persona trata de servirlo en mi plato, cae como una sola pelota de arroz compacta.

El comedor de mi edificio, para mí es, en pocas palabras, una tortura. Huele a jengibre, ajo y condimento chino que ya a estas alturas dejó de causarme nauseas muy seguido como en los primeros. El olor se esparce por los alrededores, y la solución es no respirar cuando pasamos cerca. Además, el jengibre a mi amiga y a mí nos produce una alergia extraña: estornudos y estornudos y luego se nos tienden a cerrar las vías respiratorias. Es bastante frustrante cuando nos falta el aire.

Cada región de China tiene su variedad de sabores en las comidas. Pues para arreglarla, en Guilin la comida es picante. Dicen los que saben que es para contrarrestar la humedad y el calor. Sinceramente creo que si de comer chile o jengibre dependiera mi vida acá, no podría regresar a Costa Rica. En los platos se ven los trocitos de un chile que creo que es del tipo campana o al menos primos, porque pica como la madre. ¡Y las semillas! ¡Ay, las semillas son lo peor de todo! Si en el bufet ves semillas y el paladar es tan sensible como el mío, mejor andá a la pulpería del chino y comprás un pan, que por cierto es súper barato. Algunos saben a cloro, pero con refresco se pasa la sensación.
A todo esto mi compañera de cuarto me pasó un tip: aprender a decir "no picante" en chino. Se dice "bu la", y así de sencillo he logrado comer decentemente una vez al día. Aunque aún no termino de acostumbrarme a que me aparezca como una cabeza de ajo cada vez.

¡Y comer con palillos chinos! Es entretenido, bueno a veces y duro una eternidad para acabar mi plato porque se me cae la comida de los palitos. Pero tiene beneficios:
Perspectiva empírica: Te sentís lleno aunque hayás comido poco, situación probada por esta servidora...
Perspectiva científica: Expertos, o quizá no expertos, pero de los que algo saben de salud, comentan que ayuda a adelgazar porque la digestión se realiza mientras aún estamos masticando.

En una reunión de esas que se mantienen a menudo por acá, en las que nos damos apoyo moral, determinamos que usar palos chinos para comer es una de las mejores maneras de ahorrar en comida y lograr el propósito de año nuevo de muchos: adelgazar. ¡Así que ahí les queda el tip!

Poco a poco te vas acostumbrando a comer todo frito o hervido, grasa por montones, arroz apelotado, huesos de pollo porque jamás te darán una pechuga, huevo negro que aún no me explico cómo les gusta si huele a basura de una semana, jengibre y las miles de cabezas de ajo.

De lo que me ha parecido más triste de la cocina china: no tienen queso fresco, fabricado con leche real, nunca hay natilla en la mesa, no conocen los plátanos maduros y no hay, en ningún supermercado, ni una ramita de culantro castilla... Triste, muy triste...

Palabras de una tica que extraña el pinto con huevo y natilla... y que por nada del mundo deja la botellita de Salsa Lizano en el cuarto a la hora de almorzar. ¡Así me sabe un poquito a Costa Rica!

¡¡¡VIVAN COSTA RICA Y EL GALLO PINTO!!!

Desaparecida...

¿Qué es lo peor que puede pasar? La comida no es lo mejor, los olores marean y mi cama no tiene colchón... pues que mi computadora adquiera, por mi culpa, el peor virus que conocí en mi vida, un troyano de esos que cuando se meten destruyen todo a su paso. Mi compu estuvo enfermilla, así que mi conexión con el mundo occidental se colapsó... todas mis crónicas estaban dentro de ella y desaparecí de mi blog... ¡Pero ya estoy de vuelta!
¡Les sigo contando cómo transcurren mis días en la milenaria China!

martes, 7 de octubre de 2008

Choque Cultural: ¿Necesitás un colchón?

Creánlo o no en mi cama no se conoce un colchón. Mi roommate no tiene colchón y en el piso 7 del edificio de estudiantes internacionales, o sea, mi piso, la mayoría desconocen y extrañan la existencia de uno de ellos en sus camas.
Tras una mini encuesta realizada por esta aspirante a periodista a personas nativas de Guangxi y una investigación por las tiendas de los alrededores, no digamos que exhaustiva pero sí hecha a conciencia, con dolor (sobre todo en mi espalda) descubrí dos cosas: Primero, que la gente no cree que sea totalmente necesario que la cama sea blandita; y segundo, que ¡¡¡NO VENDEN COLCHONES!!! Y estoy segura de que deben haber, pero no son lujo para todo el mundo. No todos tienen la posibilidad de adquirir uno...
Y nosotros, los extranjeros, los que necesitábamos tronarnos la espalda en la mañana por que nos hundíamos en el colchón, recibimos nuestra primer dosis de realidad al estilo chino, a la fuerza. Nos habituamos a vivir y compramos un tipo espuma, blanca y voluminosa, vendida en las calles a ocho yuanes (un poco más de un US dólar) por kilo.
Estos choques culturales te enseñan a ver como es la realidad de otros fuera de tu burbuja... Estoy en China.
¿Y mi espalda? Creo que es la única que no se habitúa al cambio tan rápido como yo quisiera...

Sobre las nubes

Fueron dos extenuantes días en los cuales dormir once horas y media no bastó y el cansancio se acumulaba conforme morían los minutos. Aunque deseaba pensar en cualquier cosa menos en los dolores que adquirí gracias a la siesta que tuve en un food court en la Terminal Tom Bradley en el aeropuerto de Los Ángeles, no dejaba de sentir un punzón en la parte baja de mi espalda y un enorme oso apoyado cómodamente sobre mis hombros, que me hacía sentir que algo me presionaba y me acercaba cada vez más al suelo. ¡Sé que han sentido eso! Lo más reconfortante era que conforme pasaban las horas estaba más cerca de mi nueva casa en la provincia de Guanxi, al sureste de China... ¡Asia! ¿Se supone que voy a vivir un año en Asia? Aún siento que estoy soñando...
Los aviones, las escalas en cuatro aeropuertos distintos, carruseles de maletas... interminables filas de maletas bailaban en la parrilla, daban vueltas y vueltas... ¿y qué si las mías no aparecían? Siempre he tenido fobia a la desaparición "sorpresiva" de equipaje y las crudas probabilidades de perder mi ropa favorita y a Fifirucho, mi oso de peluche, fiel compañero de mis noches... Para ser sincera, perderlo a él me asusta más que mis blusas multicolores y los zapatos plateados y rosados que tanto me gustan y combinan con cualquier lo que a mí se me ocurra.
En fin, realizamos cuatro escalas. Salimos del Juan Santamaría a las 6:33 de la mañana del 6 de setiembre. Dejar a mi familia atrás me provocó un nudo en mi estómago y cierto dejo de tristeza, pero antes de entrar a la sala de abordaje, los miré y vi en sus rostros un brillo que me decían "estamos orgullosos de vos". Suficiente.
Llegamos al Salvador, luego Los Ángeles. Tras ocho horas de reposo obligado frente al McDonalds del food court, subimos al avión más grande que vi en mi vida. No es que sepa de aviones, pero este de veras era grande. Vi tantas filas de asientos que no me alcanzó el escaso sentido de matemáticas que adquirí en el cole para contalas en segundos, pero eran muchas. Teníamos pantallitas individuales, unas 10 películas para ver, música de artistas famosos y no tan famosos, música china, japonesa, tailandesa... ¡uff, había tanta música! Aterrizamos y yo escuchaba Layla de Eric Clapton, sus guitarras son geniales. ¡Grande Eric!
La escala en Taipei fue muy rápida. Simplemente cambio de avión y ya estábamos aterrizando en Hong Kong. Lo más impresionante fue que la pista de aterrizaje está al lado de la costa, parecía que la pista no alcanzaría, que el avión se desbalancea, un estruendo como cuando se queibra una bolsa de huesos y un segundo después tenía que nadar ... Pero eso sólo pasó en mi imaginación...

A las 10:30 de la noche del lunes 8 de setiembre ya estaba instalada en el cuarto 710 del edificio de estudiantes internacionales. Un enorme banner a la entrada del edificio repetía en inglés: "Una calurosa bienvenida a Guanxi Normal Universiy"
Ya estábamos en nuestra nueva casa, pero de verdad que aún sentía ese vacío en el estómago y la presión en la cabeza de cuando levantás vuelo y estás sobre las nubes...